Decidido a caracterizar su sexenio como un gobierno con perspectiva social, el Gobernador de Nayarit necesita recursos para sentar las bases que transformen la realidad de los nayaritas.
Nayarit: un siglo perdido
Gobierno convertido
en Programa Social
“… yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría: pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”
Juan Rulfo
ESCRIBE: ERNESTO ACERO C.
El Gobernador de Nayarit está determinado a lograr que todo el gobierno se convierta en un Programa Social. No es sencillo lograrlo en un estado en el que los malos gobernantes han sido casi una constante infame. La población ha sido engañada por candidatos a gobernar que están dispuestos a prometer los bueyes y la carreta. En otras ocasiones, por frivolidad, por abulia o por maldad, el desastre ha sobrevenido.
A eso se ha referido recientemente el mandatario estatal Miguel Ángel Navarro Quintero. Las palabras de Navarro Quintero no son pretexto ni dedo flamígero para expiar culpas propias o ajenas. Decidido a caracterizar su sexenio como un gobierno con perspectiva social, el Gobernador de Nayarit necesita recursos para sentar las bases que transformen la realidad de los nayaritas. Cargar con el desastre de todo un siglo de malos gobiernos, complica el reto de hacer de todo un gobierno, un Programa Social.
Un breve recorrido por la truculenta historia de los mandatarios nayaritas inicia con un esbozo del paso por la gubernatura del general José Santos Godínez, quien ni siquiera logró cobrar su suelto completo, dadas las precarias finanzas del naciente estado.
Lo releva en el cargo Pascual Villanueva, quién entregado pasionalmente a las oligarquías locales, se desentendió en todo momento de las necesidades de desarrollo del estado y de atender a los sectores sociales que requerían el respaldo del poder público para elevar sus condiciones de bienestar. Es por eso que Pascual Villanueva se ganó el repudio popular con inaudita facilidad.
Le sigue en la lista José de la Peña, quien deja la gubernatura, apenas pasado un año de su ejercicio constitucional (dimite el 5 de febrero de 1927). El desorden administrativo imperó en su gobierno a tal grado que dejó sin pagar sueldos a la burocracia por meses, a lo que se agregó una interminable serie de deudas con proveedores pero, en contraste, tanto los diputados, funcionarios y él mismo, se vieron beneficiados hasta con adelantos de sueldos.
Le sigue Luis Castillo Ledón. El cuarto gobernador constitucional duró en el cargo apenas unos 19 meses y su periodo fue concluido por cinco gobernadores interinos y un gobernador provisional. Sus críticos le echaron en cara el derroche que mostró al haberse comprado, entre otras cosas, un automóvil de más de mil pesos. Mil pesos en aquellos días, en el contexto de finanzas públicas miserables, era casi una muestra de locura. A pesar de eso, se le reconoce una labor de gran importancia para la entidad, aunque no logra consolidar un proyecto de desarrollo debido a las presiones que se ejercieron contra su gobierno originadas por las expresiones oligárquicas que se resistían al cambio.
El siguiente gobernador constitucional, fue Francisco Parra. Al parecer apoyado por Guillermo Flores Muñoz, en ese periodo cayeron fraccionadas grandes extensiones de tierra que habían sido expoliadas por la Casa Aguirre, Delius y Compañía, Romano, Maisterrena y la hacienda de Quimichis, entre otras. Parra debió entregar las riendas del gobierno en seis ocasiones, al menos, al mismo número de gobernadores interinos.
Los primeros años de la existencia de Nayarit como entidad federativa reflejan el subdesarrollo político del estado. Primero por la presencia ominosa de los restos de las oligarquías decimonónicas y más adelante como consecuencia de un pequeño pero letal “maximato” bucólico presidido por un gobernante que mantuvo los hilos del gobierno por casi dos décadas.
Las pocas oportunidades que tuvo el estado para avanzar, no fueron aprovechadas para sentar las bases de una estructura política que permitiese la construcción de instituciones, principalmente de orden político. Los obstáculos, primero, han nacido del centralismo que se manifestó en imposición de figuras políticas ajenas a la problemática del estado, en el gobierno; luego, como consecuencia del fortalecimiento del un “federalismo caciquil” (un esquema político en el que el control de las regiones descansaba en figuras que imponían su voluntad) lo cual impidió la creación de instituciones políticas.
Cuando llega al gobierno nayarita el general Juventino Espinoza, se promueve el orden en la administración pública, la realización de obras públicas elementales pero significativas y por encima de todo, la pacificación de la entidad federativa. Durante su mandato hubo varios gobernadores interinos, quienes al parecer fueron más leales al gobernador constitucional.
Del gobernador Candelario Miramontes (último gobernador electo para un periodo de cuatro años), se pone de relieve la construcción de los estadios en la capital del estado, pero sobre todo el mantenimiento de la estabilidad política del estado.
Le sigue el nombre de Gilberto Flores Muñoz, primer gobernador que dura en el cargo seis años. Le reconoce la realización de diversas obras en los municipios de la entidad a partir de inversiones hechas con recursos obtenidos del gobierno federal. Uno de los más significativos lo fue el Proyecto Piloto de Educación Fundamental, que tuvo su sede en el municipio de Santiago Ixcuintla.
Durante esa administración se consolida una etapa de “Pelelismo” (dicho sea al modo vasconcelista), pues tras la conclusión de su mandato, Gilberto Flores Muñoz impone como titular del Poder Ejecutivo a José Limón Guzmán. Se le atribuyen hechos de sangre, como el cometido contra el alcalde de Acaponeta Andrés Tejada, así como el de Crispín Durán Zamorano (“Prieto Crispín”). El “Pelelismo” se mantiene tras la salida de Limón, quien entrega las “riendas” del gobierno a Francisco García Montero. De García destaca la construcción del que es el actual Penal de Tepic (obra que realmente concluye Julián Gascón Mercado).
Hasta aquí el recorrido por la triste historia de los gobernantes que tuvo Nayarit en su primer medio siglo de existencia como entidad federativa.
Para desgracia de Nayarit y de los nayaritas, el ritmo de los tiempos no cambia drásticamente en las siguientes décadas. Vemos como constante un desastre en cuanto a la concepción de la tarea, fines y naturaleza misma del gobierno. Lo más grave de todo esto es que no se ha aportado ni el más mínimo esfuerzo en la construcción de instituciones, y en especial de las instituciones políticas concebidas desde la perspectiva democrática.
Los primeros cien años de Nayarit como entidad federativa, han resultado un verdadero fracaso en cuanto a la construcción de instituciones políticas. En especial no se puede hablar de la existencia de un sistema de partidos. Si partimos de la premisa de que el caldo de cultivo de la clase política es el seno de un partido y si coincidimos en que en Nayarit no han logrado prosperar los partidos políticos, luego entonces podemos llegar juntos a una misma conclusión: en Nayarit no ha habido clase política en el siglo que para el estado debió haber sido el Siglo de la Democracia, el siglo XX.
Una y otra vez los nayaritas hemos visto pasar a gobernadores que suponen que hacer gobierno es hacer unas cuantas obras, y sobre todo, que dejan que muchos salgan de la pobreza dineraria. Los nayaritas hemos visto como muchos llegan al gobierno “con las manos en las bolsas y salen del gobierno con las bolsas en las manos”, como bien suele decir el estimado y respetado amigo don Rigoberto Ochoa Zaragoza.
Nayarit requiere de obra política. Más allá de la obra material, para la que no han existido recursos suficientes, Nayarit requiere de un largo proceso que se manifieste en el parto de instituciones, principalmente en la esfera política. De eso no hay indicios de avance, pues parece ser que se impone la lógica que rige el Ciclo de las Venganzas y los Paredones.